viernes, 26 de mayo de 2006

Balcanicemos

Alfonso Rojo, en ABC:
Lo tremendo no es que el nuevo Estado sea más pequeño que la provincia de Badajoz o tenga menos población que Zaragoza. Lo delirante son los argumentos con que acogen la proclamación de independencia de Montenegro y su conversión en el Estado 193 del planeta.
Dice Miren Azkárate, portavoz del Gobierno vasco, que lo ocurrido demuestra que en Europa «es posible resolver un problema dando la palabra al pueblo». Afirma Carod Rovira, líder de Esquerra Republicana, sentir «sana envidia». Proclaman los tertulianos que ha triunfado la democracia.
A mí, como ha hecho Javier Solana, sólo se me ocurre recomendarles que, si opinan, no beban. Y que antes de pontificar viajen y lean un poco.
Naturalmente, los defensores de la desmembración de España sólo piensan en arrimar el ascua a su sardina. ¡¿Qué coño les importa a ellos no tener ni pajolera idea de lo que sucedió en Yugoslavia? Rojo advierte contra estas manifestaciones ignorantes, y recuerda lo sucedido:
La secesión de Montenegro es el paradigma del fracaso. El penúltimo capítulo -el último será Kosovo- de una tragedia. Y el catalizador del drama ha sido la sacralización del derecho de autodeterminación. Así como suena.
No ha habido para los reporteros de mi generación un acontecimiento más revelador, traumático y urticante que la desmembración de Yugoslavia. Que le pregunten a Arturo Pérez Reverte, quien cubrió la matanza en Croacia. O a Hermann Tertsch, Ramiro Villapadierna, Gervasio Sánchez o cualquiera de los que se jugaron la piel en «Territorio Comanche» y contemplaron el descenso a los infiernos de los Balcanes.
Nosotros, una quinta educada en el convencimiento de que la guerra era imposible en Europa, en la idea de que la Alemania nazi había sido un caso irrepetible de enajenación mental colectiva y que nos consolábamos dando por seguro que la mutilación, la tortura y la limpieza étnica eran horrores sólo factibles en otros continentes y entre gentes de otros tonos, descubrimos espantados que a dos horas de avión de Bilbao, a un día de coche de Barcelona, gente como nosotros, que se santiguaba como nosotros y jugaba al fútbol con nosotros, se despedazara sin piedad.
¿Nadie recuerda que los facinerosos que subieron por la costa dálmata matando y saqueando hasta poner sitio a Dubrovnik eran esos montenegrinos a los que ahora aplauden Carod, Azkárate y los indocumentados del micrófono?
Y hace un último recordatorio, a modo de advertencia:
Pero que nadie olvide que las carnicerías de hace dos décadas tuvieron como prólogo un referéndum, ganado por los convencidos de que les iría mejor solos, seguido de la negativa del resto a dejar de ser yugoslavos para convertirse en ciudadanos croatas o bosnios.
Leedlo entero.

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