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domingo, 29 de marzo de 2009

Los castellanos somos anticatalanes [ACTUALIZADO]

Hace un par de semanas, dando un vistazo a las novedades de bolsillo en una de mis librerías habituales de fantasía y ciencia ficción me topé con un título un poco tontorrón pero divertido: «Con los muertos no se juega». Le eché un ojo a la contraportada y decidí llevármelo. En ese momento ni me fijé en los autores (son dos) ni falta que me hacía. Tenía pinta de ser un libro sin pretensiones con el que pasar un buen rato.
Esta tarde estaba un poco mustio (creo que estoy incubando algo), y después de tragarme la película «Mentes Peligrosas» (qué mona sale la Pfeiffer, y qué mal elegía los papeles) he decidido pasar la tarde leyendo esa novelita. Al leer con detenimiento la portada he visto que los autores son españoles (los hacía extranjeros), concretamente catalanes. La novela es una de detectives escrita con humor y sencillez, de fácil y amena lectura, carne de aeropuerto. Los hechos tienen lugar en Barcelona, los protagonistas tienen nombres de aquella tierra y los hechos los narra un detective entrado en años.
La sorpresa mayúscula me la he llevado en la página 58, cuando al hablar de un poeta, Benet Argelaguera, el protagonista y narrador dice esto (negritas mías):
«[...] No fui a la velada poética, por supuesto. Si no podía llevar a Flor colgada del brazo ni había lído prácticamente nada de lo que el Poeta Nacional de Cataluña, Benet Argelaguera, (a quien los castellanos solían denominar Argelaguera, porque sonaba más vasco, más belicoso y, por tanto, más separatista) no veía por qué tenía que escuchar su obra póstuma.»
He buscado en internet y no hay referencia alguna a ese poeta. Si existió realmente o es un personaje más del libro es, de momento, un misterio.
En la página 66 vuelven a la carga:
«[...] El Ayuntamiento, en las placas de la calle, había puesto Josep M.ª Pemán, Josep, con pe, en catalán. Me pregunté si lo habría hecho a propósito o si aquello era simplemente un indicativo del feliz olvido en que había caído el poeta franquista
Curioso que no recuerden su obra sino su militancia política. ¿Denigramos también a Lorca, Machado, Alberti y demás? Muy triste.

Me ha venido a la memoria el programa «Tengo una pregunta para usted», en el que aguerridos ciudadanos preguntaron a José Luis Carod-Rovira, llamándole por su nombre (en español), y él renegó de su nombre en español varias veces. Curiosamente, cuando se refieren al Rey de España hablan de Joan Carles I. En fin.



Es aquí cuando he caído en la cuenta de que el libro posiblemente se escribiera en catalán y posteriormente se ha traducido al español. Las dos perlas mencionadas (igual hay más, pero no las he visto) les deben de haber asegurado la financiación pública de la edición del libro, muchas risas y alguna que otra palmada en la espalda.

Por último, y a la vista de las dos perlas, he empezado a atar cabos y he caído en la cuenta de que dos de los personajes más estúpidos, engreídos y antipáticos de la novela se llaman Octavio el uno, mientras que el otro se apellida Soriano.

Eso sí, somos los castellanos los que buscamos la confrontación. Je.

He resistido la tentación de tirar la novela a la basura. Voy a terminarla para ver ómo concluye la histora, y para ver si encuentro alguna puñaladita más.

ACTUALIZACIÓN (01-05-2009): La novela la acabé un par de días más tarde de postear la entrada. Pura pulp fiction. Basura, al fin y al cabo. Confirmado que el poeta al que hacen referencia en el libro no existió: lo han creado ad hoc para la novela, como un personaje más. Es decir, los reproches a los castellanos son absolutamente gratuitos. A la inquina contra los españoles se unen faltas de ortografía, errores gramaticales y verbos mal conjugados. Tiene toda la pinta de haber sido escrita originalmente en catalán para ser traducida posteriormente por los propios autores (no consta nombre de traductor alguno). La novela queda abierta para poder seguir utilizando este personaje en futuras aventuras. Por lo que a mí respecta, se acabó.
Responiendo a Towar: la librería está muy vinculada con el noveno arte. Y hasta aquí podemos leer...

sábado, 5 de julio de 2008

Yo también soy Rosa Díez

Me entero vía Desde el Exilio.

En el foro de una página web llamada racó catalá frecuentada por independentistas catalanes hay una entrada en la que se llama a boicotear la recogida de firmas a favor del manifiesto por la lengua común organizada por UPyD en las calles de varias ciudades catalanas. En ese foro se puede ver la foto de Rosa Díez con un disparo en la frente y un reguero de sangre corriéndole por el rostro.



De momento, amenazan. Y nadie les para los pies. Esperemos que la fiscalía actúe de oficio y encarcelen al «angelito» que ha colgado la foto.

Por si acaso, yo también soy Rosa Díez.

domingo, 28 de octubre de 2007

Cataluña, ¿Tercer Mundo?

Quizá ha sido por mi retorno a España, después de unas intensas vacaciones completamente ajeno a la realidad patria; quizá porque es muy bueno. El caso es que me ha gustado mucho el artículo de hoy de Antonio Burgos en ABC:

HUBO un tiempo, hacia 1970, en que muchos envidiábamos a los barceloneses, por aquel clima de libertades que en los años finales de la dictadura se respiraba en la Ciudad Condal. Y hay un tiempo, ahora, en que hay que sentir todo lo contrario: alegrarse de no vivir en Barcelona. Entre otras cosas porque tras unos años de no verle ni la matrícula, ya no sabemos siquiera si eso de decir «Ciudad Condal» es políticamente correcto o si es un signo de lo peor que le pueden a uno acusar allí: de españolismo.
Evoco aquellos lejanos octubres en que el viejo José Manuel Lara nos invitaba al fallo de un premio Planeta que entonces no era lo que es. El Planeta era despreciado por la crema de la intelectualidad y la pomada de la progresía. El premio de prestigio era el Nadal, y las novelas que había que leer, las que publicaba Carlos Barral. La anual visita de cronistas del Planeta nos permitía a algunos provincianos saborear las mieles de europeísmo de aquella Barcelona abierta, culta, tan suya, tan orgullosamente burguesa, tan valedora de sus reivindicaciones todavía regionales, en las que te encontrabas la bandera de las cinco barras hasta en las cajas de cerillas del Drugstore del Paseo de Gracia, templo, junto con Bocaccio, de madrugadas de sueños de libertades, de veneración de la narrativa hispanoamericana y de lectura de venecianos novísimos poetas a los que no se les caían los anillos por escribir en castellano.
Me acuerdo ahora de aquella Barcelona que aún era ciudad de los prodigios, con Manuel Vázquez Montalbán haciendo lírica de su Barsa, con Salvador Paniker yendo a Madrid a arrancar conversaciones sobre la democracia y con los cantantes de la Nova Cançó invitándonos a tirar de la estaca, que como no fuera la estaca que nos encontrábamos en cada cigarrillo de nuestro paquete de Celtas, no sé qué estaca íbamos a abatir a base de cubatas de ron y ligues con una de Bandera Roja que traducía a Susan Sontag.
¿Existió alguna vez aquella Barcelona que tomábamos como modelo de la España que había de ser? Si existió, ha fenecido. Basta oír a Albert Boadella, con lo que en aquellos entonces era, para comprobar que todo aquello de la Asamblea de Cataluña, los Capuchinos de Sarriá, las mesas democráticas y la crítica de Robert Saladrigas a nuestros primeros libros en las páginas de «Destino» fue un sueño. Aquella Barcelona nos recibía a todos con los brazos abiertos y la sentíamos nuestra.
Como en el bolero, ya todo aquello pasó, todo quedó en el olvido. La tierra más abierta de las Españas se ha convertido en la más cerrada y excluyente. Ya no son escritores catalanes los que van representando a España a la Feria de Fráncfort, sino que les niegan el pasaporte de catalanidad a los que osan escribir en castellano. Antes se sentía uno como en su propia casa en aquella Barcelona del alborear de la democracia y ahora todo es cerrada oscuridad nacionalista, aldeana y cateta.
Y encima, la otra cara de la moneda: si Felipe González decía que «el cambio es que España funcione», el Estatuto soberanista que pisa la raya de picadores de la Constitución debe de ser «que Cataluña no funcione». Antes estabas deseando ir a Barcelona, para respirar aquellos aires de libertad. Y para disfrutar de las mejores autopistas, las mejores infraestructuras que mucho antes de los Juegos Olímpicos de 1992 ya tenía el Principado. Ahora ya te has hecho a la idea de la falta de libertades, pero temes ir a Barcelona por lo más elemental de lo material: porque un socavón se puede abrir bajo tus pies en el Carmel de cada día; porque puede volver el apagón del siglo de Endesa, o el apagón informativo; porque en el aeropuerto del Prat tienes asegurado el caos; porque despídete que tomar un tren de cercanías, de aquellos maravillosos, como europeos, en los que tu editor llegaba desde su casa de San Cugat a la oficina de Pedralbes. Como los plátanos de Canarias, los desastres de Cataluña: todos los días uno, por lo menos. Aquel editor del tren de cercanías me publicó allí en 1972 un libro que se titulaba: «Andalucía, ¿Tercer Mundo?». Me imagino que ahora, a la vista de las presentes desgracias y carencias, estará buscando quien le escriba un ensayo que se titule: «Cataluña, ¿Tercer Mundo?».
La fuente, aquí.

lunes, 2 de abril de 2007

Touché

Leo:

Ciudadanos recurrirá el Estatuto andaluz porque quieren ser coherentes y decir lo mismo "en Cataluña que en Andalucía"

El presidente de Ciudadanos de Cataluña, Albert Rivera, ha confirmado que su partido está preparando un escrito en el que instará al Defensor del Pueblo a presentar un recurso de inconstitucionalidad contra el Estatuto andaluz, porque quieren ser "coherentes" y decir lo mismo "en Cataluña que en Andalucía". La formación catalana remitirá su escrito a Enrique Múgica para que presente el recurso ante el Tribunal Constitucional puesto que el partido no tiene legitimidad procesal para hacerlo.



¿Coherencia en la vida política? ¿Seguimos en España? Naaaaaaaaaah.

lunes, 22 de enero de 2007

¿Son conscientes los catalanes de lo que está pasando en su región?

Excelente post de Antonio Jaumandreu:
Ensimismados con las palabras mágicas del nacionalismo, la próspera Cataluña, la emprendedora Cataluña, la industriosa y comerciante Cataluña se encuentra como quien no quiere la cosa gobernada por una coalición de socialistas, comunistas e independentistas de izquierda. Buena combinación para una región que se pretende entre las más potentes de Europa. Pero, ¿realmente se han sentado a pensarlo los electores catalanes? Ahora el dilema es claro: ¿queremos que la seguridad pública esté en manos de un comunista (no creo que pueda ofenderle el término) cuya pareja, concejal del Ayuntamiento de Barcelona por más señas, aboga por que se dé carta de naturaleza a la ocupación de viviendas ajenas? ¿Desean los ciudadanos catalanes, sus comerciantes, que Barcelona sea la meca de los desarraigados europeos, paraíso de vándalos de todo tipo? ¿Nos entusiasma que la capital catalana figure entre los destinos principales de las abortistas europeas? ¿Nos agrada que la administración interfiera en nuestras libertades individuales hasta el punto de decirnos en qué idioma hemos de rotular nuestros establecimientos o escribir nuestras cartas comerciales? ¿Compartimos la idea de que un organismo de la Generalitat decida qué es verdad y qué no lo es, y en base a esa decisión política pueda sancionar y hasta clausurar medios de comunicación? ¿Nos seduce la idea de ser la comunidad autónoma con impuestos más elevados? ¿Nos preocupa que tanto progresismo pueda ser causa de la huida de determinadas industrias? ¿Estamos dispuestos a vivir en un estado de inseguridad ciudadana consolados tan sólo por la afirmación constante del consejero de Interior de que todo es, como dice el mago, producto de nuestra imaginación?
Aplicable al resto de España. Despierta, España, despierta.