Muchos economistas los han estudiado para suavizar las fases bajas del ciclo y evitar que que deriven en grandes crisis como las de las décadas de 1930 ó 1970 del siglo pasado, o para salir de la recesión en el menor tiempo posible. Los factores que afectan a la economía son múltiples y variados, y lo que acaba determinando la profundidad de una desaceleración o, en el peor de los casos, recesión, es la suma de muchos pequeños "poquitos". Juan Velarde habla en su artículo de hoy de la fragmentación del mercado, uno de esos factores que agravan las crisis económicas y del que apenas se habla en estos días turbulentos para la unidad de España, quizá por ser políticamente incorrecto (se puede quemar la foto de los Reyes de España, pero no una Ikurriña... ustedes me dirán por qué) -negritas mías-:
Han sido tres noticias sucesivas de mucho calado. La primera, el Estatuto de
Cataluña, que profundiza la ruptura de la unidad de mercado en España. La
segunda, la amenaza de un referéndum montado por el Gobierno autónomo vasco, que aun aumentaría más ese riesgo. La tercera, las noticias que llegan sobre el
contenido del proyecto de Presupuestos para 2008, porque el gasto público no se
va a distribuir de acuerdo con criterios de rentabilidad máxima para el conjunto
español. Lo que se ha aceptado, es una progresiva disgregación de la política
económica, en función de ciertos intereses regionales que así intentan mejorar
su situación. En el excelente «Prólogo» que Joaquín Leguina escribió para esa
obra impagable de Francisco Sosa Wagner e Igor Sosa Mayor, «El Estado
fragmentado. Modelo austro-húngaro y brote de naciones en España» (Trotta, 5ª
edición, 2007) se puede leer cómo «estamos pues ante un proceso interactivo cuyo impulso es la emulación y donde después de cada ronda de «café para todos» se abre otra nueva reivindicación por parte del «hecho diferencial»». Debe completarse esto con lo que, concretamente en relación con el caso de Cataluña, señala el profesor Barea en el reciente libro «Pensamiento económico de José Barea. El legado de un economista de Estado» (AECA, 2007): el Estatuto de Cataluña «regula cuestiones que afectan a las restantes Comunidades Autónomas de régimen común, al reducir la solidaridad exclusivamente a los servicios de educación, sanidad y otros servicios sociales del Estado del Bienestar, lo que perjudica especialmente a las Comunidades pobres».Conviene, en este sentido, proyectar esto en un momento en que la crisis avanza con bastante rapidez. Ya, en 1928, siguiendo los pasos de Adam Smith, Allyn Young señaló cómo un mercado que se empequeñece -y eso es lo que sucede con estas realidades que surgen en España- liquida las posibilidades de desarrollo para todas y cada una de sus partes. Para España, Perpiñá Grau en «De Economía Hispana» (Labor, 1936) puntualizó esto más aun, para explicar males de nuestra economía.
Por otro lado, a efectos de comprobación mundial, Kindleberger, con su «caracol
contractivo» lo puso de relieve, señala de que [sic] ahí, en el nacionalismo, estaba
la raíz de esa implosión gigantesca que fue la Gran Depresión. La contrastación empírica de estas tesis se ofrecieron de modo escalofriante en el magnífico libro de Frederick Hertz, «The economic problem of the Danubian States. A study in economic nationalism» (Victor Gollancz, 1947). Tiene toda la razón Joseph Roth, en ese delicioso relato que es «El busto del Emperador» (cuidada traducción de Isabel García Adánez, Acantilado, 2004), al señalar que «unos años antes de la Gran Guerra... la que llamaban la «cuestión de las nacionalidades» empezó a ser un tema candente..., la frase previa de esa bestialidad -palabra que toma Roth de Grillparzer- que estamos viviendo ahora».
HAcia el precipicio vamos...
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