Veo el inicio de las noticias de Antena 3 a las tres de la tarde: titulares. Marbella, Euríbor, inmigración ilegal, sucesos, fútbol. Y nada más. Como si ayer no se hubiera aprobado el estatuto de Cataluña, ése que en el preámbulo asegura que es una Nación. Nada. Vacío.
Queda la sensación de que toda la operación marbellí no es más que un montaje destinado a confundirnos. Una cortina de humo. Es EE.UU. se inventarían una guerra; aquí, un caso de corrupción. Casi diez minutos han estado desgranando las posesiones de los detenidos más relevantes. Y del futuro de España, nada.
Cuando oigo por la radio o en televisión que España ya es una democracia madura me río. No es una risa irónica ni cargada de mala leche, como la que me sale cuando Rubalcaba habla de ética; no. Es una risa dulce, alegre, cargada de humor. ¿Cómo se puede ser tan ingenuo? (Prefiero pensar eso a entender que el que lo dice está intentando engañarme.)
Todavía nos queda mucho por recorrer, por aprender, por debatir. Para empezar, el modelo de Estado que queremos. Yo creía que en la Transición había quedado claro, prístino, cristalino. Parece ser que no. El hecho de que todas las CC.AA. estén planteándose reformar su estatuto debiera movernos a la reflexión. ¿Vamos a poner fin a las transferencias a las CC.AA.? Cada nuevo estatuto se traduce en competencias transferidas a lo largo de unos 20 ó 30 años. ¿Nadie piensa que ya se ha transferido suficiente, que las CC.AA. ya tienen bastante con lo que tienen y que lo que hay que hacer es dejar de cambiar los cimientos para que el edificio se pueda construir algún día?
A lo mejor mi amigo tiene razón. Puede que él, que se sitúa en el centro-izquierda, y con el que debato frecuentemente, esté en lo cierto: Quizá yo no sea más que un utópico.
Empiezo a pensar que sí.
viernes, 31 de marzo de 2006
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