martes, 28 de marzo de 2006

El fin justifica los medios

Eso es lo que se deduce de las diferentes conversaciones que he mantenido con múltiples personas que están encantadas con el alto el fuego permanente declarado por ETA. ¡Viva la paz!, se desprende de sus palabras. Nulas reflexiones he encontrado; todo son palmadas y sonrisas. Y es que la paz es un valor absoluto muy deseable. La guerra es terrible, dura, salvaje, brutal.

En esas estaba cuando me ha sorprendido gratamente un artículo de Berlín Smith, del que me he enterado gracias a Desde el Exilio, artículo con el que Luis I. Gómez se muestra de acuerdo. Esto es lo más destacado del artículo:

El dilema para el Canciller es saber si debe tomar el brazo de la paz a pesar de sus riesgos y del inevitable precio que entraña (a estas alturas nadie puede negar que ETA, aún siendo algo que este escribiente considera que tiene el código penal como respuesta y como vara de medir a sus actuaciones, forma parte de un problema político que, si bien es cierto que se encuentra injusta y poco democráticamente planteado por un nacionalismo de fuerte componente totalitario, es un problema político que debe afrontarse). La respuesta es, obviamente, sí; porque la pura extinción policial del problema es imposible. ¿Por qué es imposible? Porque la propia ETA, antes de que sea posible su nimiedad organizativa frente a la fuerza policial, prefirirá, como ha preferido, iniciar el proceso de cese de actividades, marcar los tiempos y controlar la agenda política.

Y ahí es donde empieza la cocina. Acusar al presidente del gobierno de opacidad en algo que sin opacidad (sin tiempo de cocción) es imposible de abordar, no parece justo: la discreción es necesaria porque las palabras y los símbolos son, al final, en todo lo que concierne a la política, lo que verdaderamente cuenta. El talento del Canciller será llevar el caudal de los acontecimientos a un acuerdo sanamente aceptable y ver cuántos sapos hay que tragar por cada parte, y cada parte tiene, ciertamente, muchos sapos que tragar.

Tras leerlo detenidamente me queda un regusto amargo en la garganta. ¿De verdad no queda otra salida? Durante años, más de treinta, el nacionalismo moderado ha ido haciendo su juego poco a poco, con la paciencia de la araña, convencido de que la final la balanza se inclinaría de su lado. El juego sucio se lo hacía ETA creando el estado de presión y miedo idóneos. Ha sido una labor ardua, que requería constancia, insistencia, perseverancia. Y lo han conseguido. Los moderados y los asesinos.

Los unos, con una campaña de victimismo hacia el exterior, mientras en el interior construían su propia mitología basándose en los escritos de un lunático, y la difundían y con ella impregnaban todos y cada uno de los rincones de las Vascongadas, a través de la escuela, la televisión, los diarios, la universidad, los actos de propaganda (¿cuántos días de la "Patria Vasca" y "Días del PNV" se celebran al año?)... Ya nadie se acuerda de la oca vasca, por ejemplo. Mentiras, orgullo artificial, prefabricado y listo para consumir...

Los otros denostaban al no nacionalista, lo perseguían, lo acorralaban, lo mataban. Dicen que son más de trescientos mil los vascos que han salido de aquella región porque no aguantaban más. Mientras, la Universidad del País Vasco repartía títulos universitarios entre convictos etarras como los Reyes Magos reparten caramelos entre los niños en la cabalgata del cinco de enero: a manos llenas.

Y ahora los asesinos hablan de paz. De proceso democrático, de la voluntad del pueblo vasco. Y no puedo evitar que una sonrisa irónica se me dibuje en la cara, porque llevo más veinte años viendo este momento, sabiendo que va a suceder; y, como yo, estoy seguro de que hay cientos que también lo veían. Y la gente dice: "qué bien; por fin la paz". Y se alegran. Y no se plantean duda alguna, porque todos sabemos que lo natural es que los vascos se independicen ¡llevan tanto tiempo deseándolo!

Y es cierto. Están culminando su gran obra, la independencia, basada en la mentira, en falsos mitos, en la violencia. Pero la están culminando. Y la gente está acostumbrada a ver al Lehendakari en televisión pidiendo cosas, muchas cosas. Pero nadie sabe quién es el Presidente de Castilla y León, o el de Canarias, o el de Aragón o Navarra. Entre los cuatro no han salido en televisión desde que hay democracia más veces que el Lehendakari en un año. Estoy seguro. Por eso a nadie le extraña que se les vaya a dar la independencia. Es natural.

Y no nos planteamos otras alternativas. Nadie piensa que el estado de las autonomías ha ido demasiado lejos. No se cuestiona si debería modificarse la ley electoral de modo y manera que los partidos locales tuvieran el peso proporcional al número de votos. A nadie se le pasa por la imaginación revocar algunas competencias de las Comunidades Autónomas, como la educación, la Sanidad y el control sobre las fuerzas de seguridad.

Suena ridículo.

A mí también me parecía ridícula hace veinte años la idea de una Cataluña independiente. O la de unas Vascongadas independientes. Y ya ves.

Sí. Parece que el fin justifica los medios, siempre y cuando puedas valerte de un aliado con cierto peso en las instituciones. Será una lección más a aprender.

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