Imagino que más de un valenciano estará regocijándose estos días al ver a los aragoneses anegados por el río cuyas aguas decidieron apropiarse. Igual que los Catalanes.
Hoy, en ABC, Eugenio Nasarre reflexiona sobre el egoísmo de los españoles, y la falta e cohesión a propósito del agua:
Como tantos españoles, he visto en estos días las imágenes de la gran crecida del Ebro, un año más, al llegar la primavera. Las nieves de Huesca se dirigían veloces y poderosas para diluirse en el Mediterráneo. ¡Sin ser aprovechadas, mientras a unas tierras sedientas se les niega unas migajas de un caudal desbordante! Tales imágenes me han producido tristeza y amargura. La tristeza y amargura de un español hijo de aragonés. Porque son imágenes que representan, para mí, la historia de un fracaso y de una derrota: el fracaso de la política y la derrota de una cierta idea de España basada en la solidaridad y en la conciencia de un proyecto común.
[...]
El Partido Socialista de Felipe González había elaborado un ambicioso programa de trasvases y lo había defendido con un coherente planteamiento, propio de un partido socialdemócrata. El plan del Gobierno de Aznar había salido adelante con plena legitimidad democrática y amplios apoyos de los sectores sociales y económicos. Incluso había comenzado ya su ejecución.
La anomalía apareció con el liderazgo de Rodríguez Zapatero en el PSOE. La cancelación del plan hidrológico nacional formó parte de aquel primer paquete de medidas radicales de su Gobierno (en política exterior, en educación, en justicia, en la cuestión territorial), que marcan un verdadero punto de inflexión en nuestra
democracia. Quizás todavía no hemos calibrado suficientemente la trascendencia
de aquel arranque de la legislatura, que la ha marcado irremediablemente. Porque
no consistió en modificar, matizar o buscar nuevos compromisos. La decisión
adoptada fue un no radical, absoluto, a cualquier política solidaria del agua.
Era un no tanto al PSOE de Felipe González como al PP. Era abandonar una zona
común de los dos grandes partidos nacionales. Y lo hizo, como en otras materias,
para abrazar plenamente, sin ambages, las tesis nacionalistas, asumidas ya, con
el liderazgo de Maragall, por el Partido Socialista de Cataluña. El giro socialista era copernicano. Y se afianzó con el «blindaje» del Ebro en el estatuto catalán de nueva planta. (Resulta irónico, si no fuera una desvergüenza, que, imultáneamente, el nacionalismo catalán reclame al «Estado español» gestiones eficaces ante Francia en pro del trasvase de agua del Ródano a favor de Cataluña). El «blindaje» de los ríos se ha convertido en una de las «señas de identidad» de esta malhadada oleada estatutaria, toda ella contaminada por las tesis nacionalistas.Abandonar una política solidaria del agua, con una parte de España que padece sed, es sencillamente renunciar a un proyecto nacional común. Es aceptar la idea de una España enferma, que ya no cree en sí misma y deja a su suerte a quien tiene necesidad de bienes esenciales. El PSOE liderado por Zapatero lo ha hecho ya. Sorprendentemente, el partido se ha sometido con gran facilidad al giro impulsado por su actual líder. Es una prueba más de su crisis ideológica pavorosa, que ya lo hace difícilmente reconocible como partido socialdemócrata.
Las imágenes de la crecida del Ebro me han hecho sentir el dolor por esta España enferma, con agua desbordante y con sed. Esta España, en la que los elementos de solidaridad se desvanecen y cuyo deslizamiento hacia su fragmentación está alegremente conducido, en una huida hacia delante, por el nuevo césar del Partido Socialista, arropado por una clase política nacionalista cada vez más envalentonada al ver al partido gobernante con tan escalofriante pérdida de su identidad.
Leedlo entero.
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