El telón de fondo de la draconiana reacción es la llamada del presidente iraní a borrar Israel del mapa. Las reiteradas palabras de Ahmadineyad no pueden ser tomadas como una inocua bravata viniendo de la boca del líder de un país que construye la bomba atómica y lleva bastantes años, al alimón con Siria, armando hasta los dientes a los terroristas de Hizbolá.Los mismos aviones que en las Navidades de 2003 despegaron de Damasco cargados de ayuda humanitaria para las víctimas del terremoto de Bam, retornaron de Teherán con asesores y armamento. Ese material incluye misiles de largo alcance «Zelzal», equipos de comunicación por satélite, toneladas de explosivo «Semtex», proyectiles «Sagge», cohetes «Fajar-3» y «Fajar-5», sofisticados «RPG-29» y otros artefactos de fabricación rusa. Es lo que ha estado afluyendo al sur del Líbano durante muchos meses, por carreteras y puentes que ahora revienta la aviación israelí.El fondo del problema no es que hayan muerto unas decenas de israelíes. Ni siquiera que Hizbolá apunte deliberadamente a objetivos civiles. Israel está acostumbrado a esas tragedias y a la pasividad internacional.El drama, lo que obliga a actuar sin contemplaciones, es la convicción de que los terroristas usarán misiles mucho más potentes si tienen oportunidad, los atiborrarán de gases letales cuando se los suministren sus padrinos y hasta echarán mano de la bomba atómica si Ahmadineyad se la pasa un día.
jueves, 10 de agosto de 2006
La claridad de Rojo
En ABC, de nuevo, escribe Alfonso, que tiene las ideas muy claras:
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