Después de dirigirse el otro día a los diputados con un necio «miembros y miembras», todavía le quedaron redaños para justificar su patada al diccionario argumentando que fistro había sido aceptado por la RAE. Era mentira, claro. Pero, ¿qué más da? Al fin y al cabo, durante la semana pasada, viendo las televisiones, daba la impresión de que la huelga de camioneros era algo ajeno al Gobierno de España (TM). Si la huelga se la hubiesen hecho al PP habría temblado Moncloa. Es lo que que mola de tener a todos los colegas controlando los medios de comunicación de consumo masivo.
Hoy, Irene Lozano escribe una pequeña perla en ABC a propósito de la necedad demostrada por la Ministra, negritas mías:
Hoy, Irene Lozano escribe una pequeña perla en ABC a propósito de la necedad demostrada por la Ministra, negritas mías:
La ministra Bibiana Aído se refuta a sí misma. Un día nos innova el español a bocajarro expeliendo un «miembra» maloliente, y al siguiente explica que ha traído el palabro de Centroamérica, donde, según su testimonio, todo el mundo habla de miembras y testigas. Sucede, por desgracia, que allí las mujeres de a pie aran la tierra con un bebé colgado a la espalda. Centroamérica es posiblemente el lugar de mayor arraigo del machismo de toda la cristiandad, lo cual demuestra que duplicar el género gramatical no asegura la liberación de las mujeres, o bien que los gobernantes recurren a ese artificio cuando son incapaces de propiciar la igualdad real.El lenguaje es una sutil herramienta con la que inocular ideología; sin embargo, no creo que se halle agazapada en el uso del masculino como genérico. Más bien, habría que buscarla en expresiones como «crimen pasional», sustituida por «violencia machista» cuando la sociedad ya no contempla los asesinatos de mujeres como pertenecientes al ámbito íntimo de las parejas, sino como fruto de la dominación. En realidad, el asalto al vocabulario más amenazador hoy es la simplificación de conceptos políticos complejos: en el discurso dominante, la democracia queda reducida al sufragio; y la libertad, a la del mercado. En cuanto a la igualdad, nos la están despojando de su promesa universal para restringirla al género, y más en concreto al gramatical. Y así, empequeñecida, comprimida en un pequeño sufijo que nunca erosionará las desigualdades realmente existentes, se empaqueta en colores vistosos, a mayor gloria de los expertos en marketing político. «Forjadores de frases a mi sueldo», los llamaba Napoleón. A ver qué acuñan ahora para disipar el retorno maloliente dejado por esa miembra que ara con su hija a la espalda.
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