La manifestación del sábado fue un
éxito. Cientos de miles de personas se congregaron y dieron un largo paseo de más de dos horas de duración por las calles de Madrid para decirle al Gobierno que con los terroristas
no se dialoga; a los terroristas se les combate. O también: sólo caben dos opciones, o les vences o te vencen ellos a ti (
Mikel Buesa dixit).
Esta asertación, que debería estar considerada como una verdad universal (sobre todo en nuestro país, donde la violencia terrorista nos lleva machacando unos cuarenta años) ha sido puesta en tela de juicio por nuestro actual Presidente del Gobierno. La primera cesión fue retirar las tropas españolas de Iraq tras
crispar el ambiente política y ganar las elecciones en 2004. La retirada había sido anunciada durante la campaña electoral, y en los meses anteriores dentro de su estrategia populista y deslegitimadora
contra el Gobierno de
José María Aznar.
Es más bien, pues, esta promesa del PSOE, y no ninguna otra cosa, lo que hace que España pase a ser primer objetivo de la estrategia de Al Qaeda, no de la estrategia genérica, pero real ¡ojo!, cuyo contenido es la «destrucción de Occidente» o de yihad contra el infiel, España incluida, sino de una estrategia específica (dentro de esa estrategia genérica) cuyo objetivo inmediato es el de obligar a que «las tropas imperialistas de Iraq se retiren»
[...]
Un programa, y esto es lo peor, que, al final, so pretexto de las «mentiras» del gobierno sobre la autoría del atentado, casi 11.000.000 de españoles terminan por ratificar el 14M, aterrorizados ante la posibilidad de que el 11M se convierta en una serie. Se cumple así a la perfección el cálculo estratégico de Al Qaeda haciendo que el grupo aterrorizado, España, se pliegue a sus propósitos.
Después de la masacre, perfectamente estudiada por los terroristas, los ciudadanos actuaron como se esperaba de ellos, dándole el poder a
José Luis Rodríguez Zapatero quien, en último término, acabaría retirando las tropas de Iraq. España se rendía, y su presidente con ella. Cuarenta años de lucha contra el terror se demostraban inútiles frente a la deriva populista del PSOE desde 2002. Primero, el
Prestige; después, la foto de las Azores y la guerra de Iraq.
Tras su llegada al poder el señor
Rodríguez deja de lado el
Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo, propuesto por él mismo al PP en 2000 y basado en una idea de, entre otros,
Nicolás Redondo Terreros. Su partido tiene mayoría simple; necesita apoyoyos, por lo tanto, para gobernar. Una opción era plantearle al Partido Popular un Pacto de Estado (como haría posteriormente Angela Merkel en Alemania). Otra, pactar con los nacionalistas, como ya hicieran González y Aznar (con una diferencia: en aquellas dos ocasiones el caramelo ofrecido por ambos líderes a los nacionalistas fue el desarrollo del estatuto ya existente; en 2004 el estatuto estaba completamente desarrollado). Se embarca entonces en la no pequeña tarea gobernar con extraños compañeros de cama, y en la antidemocrática labor de
aislar al Partido Popular. Y en esas estábamos, cuando ETA dio el campanazo: anunciaba un «alto el fuego» indefinido. Y el Gobierno entraba al trapo.
Ni
Rodríguez ni su Gobierno han dejado desde el primer momento las cosas claras: si ETA declara un alto el fuego debe pedir perdón a las víctimas, mostrar arrepentimiento y dejar las armas. La única contrapartida serían hablar de presos. Acercamiento, reducción de penas, posibles indultos. Más bien al contrario. Amparado en su característico lenguaje grandilocuente y hueco, el Presidente de todos los españoles tardó en reconocer que estaba
dialogando con ETA. Le pidió permiso al Congreso y... bueno. Poco más se sabía, salvo determinadas actitudes del Fiscal General del Estado y de algunos Ministros.
Y, el 30 de diciembre, furgoneta bomba. Aquí,
Zapatero perdió una magnífica oportunidad de cambiar radicalmente su política antiterrorista, pedir perdón por haber intentado sacar petróleo de donde no hay más que bosta y, entonando el
mea culpa, hacer un llamamiento al PP para combatir juntos a ETA dentro del
Pacto Antiterrorista. Otra vez. Y es que durante la vigencia de ese papelito tuvimos a los terroristas contra las cuerdas. Literalmente. Había detrás un trabajo duro, constante y prolongado del Gobierno de
José María Aznar para reducir al mínimo la permisividad para con la banda de asesinos en el extranjero, tanto por parte de gobiernos como por parte de medios de comunicacion.
La firma del Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo derivó en la aprobación de la
Ley de Partidos (ojo, archivo
.doc), que, en última instancia, permitió la ilegalización de Batasuna, que dejaba así de percibir fondos públicos, toda vez que había quedado demostrado que Batasuna era una parte de ETA. Con gran parte de su cúpula entre rejas, abortada en gran medida la
kale borroka, desmantelado el entramado financiero de las erriko tabernas y con los dos grandes partidos nacionales unidos el acoso y derribo a ETA estaba muy avanzado.
Steven D. Levitt y
Stephen J. Dubner afirman en
Freakonomics que hay tres tipos de castigo (y cito de memoria): punitivo, económico y social. Y son necesarios los tres para evitar que el mal se reproduzca. En España habíamos aplicado el primero y a veces el segundo, pero rara vez el tercero, sobre todo donde más importa: el País Vasco.
Ya fuese porque luchaban contra la dictadura, porque asesinasen a policías y militares o porque eran chavales con cierto halo romántico, en las Vascongadas han tardado mucho en tomarse este problema en serio. alentados, además, por un nacionalismo
no violento que se limitaba a recoger las nueces. Con el Pacto antiterrorista comienza, de verdad, una cruzada en el propio País Vasco contra ese "
sí, pero no" tan propio de
Arzallus y sus muchachos. Esa política estaba siendo muy efectiva, estaba arrinconando a ETA y dejándola en una posición de debilidad nunca vista.
Pero Rodríguez decidió tirarlo todo por la borda. Quizá por
cálculos electorales. Quizá por
pagar viejas deudas. No lo sé. Pero sé que ahora estamos
mucho peor que entonces.