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domingo, 26 de septiembre de 2010

Potencias emergentes

Manuel Molares do Val reflexiona hoy sobre el peligro que suponen los países emergentes como China, Brasil o India. No porque sean especialmente belicosos, sino porque sus valores son diferentes a los nuestros.
[L]os emergentes serán muy peligrosos para la estabilidad mundial si controlan, por ejemplo, un futuro Consejo de Seguridad de la ONU. 
Porque, aparte de actuar como neoimperios capitalistas salvajes, sus valores con respecto a la vida humana o a su dignidad son muy inferiores a los mayoritarios en las democracias, donde existe un gran sentido crítico del ciudadano frente a los gobiernos.
Y es que a menudo olvidamos que la Carta de los Derechos Humanos fue promovida por occidente. Olvidamos que el Estado de Derecho no funciona tan bien en España como en Brasil. Olvidamos que en China no sólo ejecutan a la mayoría de los que han sido sentenciados a muerte, sino que les cobran a sus familias la bala con la que son ajusticiados.
Su peso en el escenario mundial va creciendo. Y no sólo por el empuje de sus dirigentes:
[T]anto rusos como chinos, y no hablo sólo de sus dirigentes sino también del pueblo llano, quieren ser respetados en el mundo. Pero no sólo eso: quieren poder influir en el mundo, en las decisiones que se tomen a nivel mundial, quieren que sus intereses sean defendidos.
Y mientras, nosotros, nos desintegramos como nación.

sábado, 25 de octubre de 2008

Respeto internacional

Al hilo de lo que comenté ayer sobre nuestra voluntad para ser una gran potencia, traigo un par de extractos del último libro de Robert Kagan, El retorno de la historia y el fin de los sueños (que lo adquirí en la última Feria del Libro de Madrid).

Cuando Putin calificó el derrumbe de la Unión Soviética como «la mayor catástrofe geopolítica del siglo», sorprendió al occidente liberal, pero tocó la fibra sensible de los rusos. No es que anhelen el regreso del comunismo soviético -aunque se ha producido una notable resurrección incluso de la reputación de Stalin-. Es más bien que añoran la época en que Rusia era respetada por todos y capaz de influir en el mundo y de salvaguardar los intereses de la nación.
[Páginas 30 y 31]

La economía de China, en auge, no sólo la ha involucrado en los asuntos mundiales. Ha dado al pueblo chino y a sus líderes una nueva confianza, un orgullo nuevo y una sensación no infundada de que el futuro les pertenece. Su recién adquirida pericia económica ha hecho revivir viejos sentimientos de lo que los estadounidenses llamarían destino manifiesto, una creencia profundamente arraigada según la cual China fue en el pasado y volverá a ser una fuerza esencial en el mundo. Durante más de un milenio China fue la potencia dominante en Asia, la única civilización desarrollada en un mundo de bárbaros, el centro de su propio universo, el Reino Medio tanto espiritual como geopolíticamente. A principios del siglo XIX los chinos se vieron derrotados, «dejados al margen» de un mundo repentinamente eurocéntrico. El «siglo de humillación» que vino a continuación resultó tan vergonzoso porque la caída de China se produjo desde una altura gloriosa.
Hoy los chinos creen que la antigua centralidad de su país, convenientemente adecuada a los tiempos y a las circunstancias, puede, debería y acabará siendo restaurada. Cada vez con mayor asiduidad contemplan su pasado imperial buscando directrices para el futuro.
[Páginas 46 y ss.]


A continuación narra cómo el cada vez mayor poderío económico está impulsando el crecimiento de su inversión en el plano militar. Dentro de unos años habrá tres grandes potencias: EE.UU., la Unión Europea y China.

Lo que me gustaría resaltar es que tanto rusos como chinos, y no hablo sólo de sus dirigentes sino también del pueblo llano, quieren ser respetados en el mundo. Pero no sólo eso: quieren poder influir en el mundo, en las decisiones que se tomen a nivel mundial, quieren que sus intereses sean defendidos. Nos reímos de la Grandeur francesa, pero tienen una de las diplomacias más eficaces del mundo, y un gasto militar notable, además de programa espacial propio. Aquí se rieron de Aznar con ganas, destrozaron su legado, se hicieron amiguísimos de Castro, Chávez y los Kirchner y ahora queremos jugar en la liga de los grandes. De la noche a la mañana. Pues oiga, como que no.